jueves, 21 de febrero de 2013

Noche de Dioses


Implore en esa noche a Achelóo, dios de la virilidad masculina de los antiguos Iberos. Por los cristales podía ver la claridad de la noche nevada. Tú llegaste a mí, como traída por la Diosa Arianrhod, diosa Celta de la noche, encantadora y hechizadora de amantes bajo la luz de la luna.

 


 
Tus palabras sonaron hasta el más profundo de los rincones interiores de mi cuerpo. Tu coquetería de quinceañera me sedujo en algo envuelto entre deseo y temeridad. Cazaste mi deseo, con tu flecha de entrega, como lanzada por manos expertas que sabían donde clavar, para dar amarga  dulce muerte.

Deje de un lado los miedos, para dedicarme a tus deseos, y tocado por el Dios Tyr, tome el valor suficiente para en esa noche cumplir tus deseos.

Tus labios estaban hambrientos y necesitados, deseosos de deseos incumplidos. Tu cabello cayó sobre mi vientre, tus manos sobre mi cuerpo. Mis apetitos crecían por segundos, tu caricias calmaban mis codicias, me encendías cuan volcán que yo intentaba sofocar, para no erupcionar súbitamente.
Fueron tus caricias mil, tus besos millones, tus deseos crecían y mi cuerpo se dejaba hacer por tu capricho. La noche trajo una entrega que por ser distinta, me lleno de múltiples éxtasis en uno mismo. Rozamos nuestros cuerpos desnudos sin más testigo que los lentos copos de nieve que caían tras el cristal en la fria noche.

Clavaste en mí tu flecha de deseo, me distes a mí, tu dulce miel a probar. Me hipnotizaste, cuan hechicera experta y yo me deje hacer, para de tu cuerpo la esencia tomar. Tu espalda contra mi pecho, mis labios sobre tu cuello, mis manos acariciando tu cuerpo… Cuan magnifica entrega, de deseos llena. Cuan deseo saciado en la noche plena.

Dejo atrás lo que los Árabes llamaron, el negro río de Lobos, para vivir la alegría de mi vida, siendo ahora Laureado, del Latín “Laurus”, como los antiguos Griegos dirían.
 

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