Aquella
mañana, era yo más joven de cuerpo, que no de deseos, alma y espíritu.
Aquella
mañana él tendría la edad que yo tengo ahora, yo era niño, él adulto.
Aquella
mañana aprendí a darle importancia a hacer algo con tus manos, con los
pensamientos en los demás, con tus deseos de dar, con tus esperanzas de ver
caras de felicidad.
Aquella
mañana, tan solo aprendí a cocinar algo para los demás.
Aquella mañana
aprendí que cuando dedicas tu tiempo a personas que aprecian los actos que
realizas, los esfuerzos, las gotas de sudor, los malos momentos vividos, el
dolor y todo cuanto venga, no tiene importancia.
Aquel día,
llovía sobre la calle de mi pueblo, pero él no ceso ni un momento, salio al
huerto, se mojó, entro a la cocina, continuó con su ajetreo, se movía como si
su cuerpo fuese al compás de una coreografía ya ensayada por cientos de veces,
por días y días. Aquel día el me enseño a dar.
Era yo
pequeño y me limitaba a pelar patatas, a mirarlo con cara de bobo. Lloro hoy al
recordar aquel día, él me estaba enseñando una de las muchas lecciones que en
la vida me enseñó casi sin quererlo hacer. Aquel día llore por la cebolla, hoy
lloro al recordarlo.
Entro ella
a la cocina, me miró y sin palabras me lo dijo todo. Yo me sonreí y continué
pelando las cebollas. Se burló de él, diciéndole creo que necesita un poco mas
de sal “eso que estas haciendo”, y sin probar nada me miró y volvió a salir por
la puerta de la cocina. Solo había entrado a ver sus quesos frescos que aun
estaban envueltos en el esterillo y sobre la tabla escurriendo suero.
Él me dijo
con su voz que nunca podré olvidar –Seba trae de la despensa una garrafa de
aceite-, aquel aceite que comíamos con tanto orgullo, pues era fruto de
nuestros Olivos y recogido con las manos de todos, con nuestras manos. Añadió aceite,
y después mirándome con su cara de Hombre-Niño, me dijo con un gesto de mímica,
ahora nos toca fregar todo lo que ensuciamos, que después vendrá Doña y nos
regañará, y juntos fregamos todo, el fregaba y yo secaba.
Después de
aquello, llamamos a los hermanos, los despertamos, les hicimos el desayuno y
los dejamos frente a la chimenea que ardía desde tempranas horas quemando esas raíces
de olivo que días antes habíamos cortado a base de cuñas, maza y sudor. Él me
guiño, yo le seguí y regresamos a la cocina, donde dimos vuelta a la comida,
dimos un giro a los quesos frescos, entramos a la despensa, pesamos con la
vieja romana las patatas, las cebollas, sacamos del gran arcón de madera tocino
de la matanza, lo repartimos en bolsas iguales, esta vez pesado con el pequeño
peso amarillo que no iba mas allá de 10 Kg. Todas las bolsas fueron iguales,
pero después a cada una hecho algo más de cualquier cosa, salvo la de Mari
Carmen y Manolo, aquella siempre llevaba mas de tocino, mas de patatas, mas de
carne de ciervo. La de Antonia, siempre tenia que echar un poco más de cosas
distintas, porque a Pepe le encantaba. La de Pepín y Simona tenía mas cosas y
mas cariño, La de Andrés era siempre la más repleta. Siempre me pregunte porque
pesábamos todo si después a cada uno le daba mas cosas, le echaba mas detalles,
le ponía mas cariño.
Dieron las
11 y toda mi familia de Sevilla llegaron en sus coches, Aun recuerdo el R-8 del
tito Andrés, el Renault rojo de tío Pepe, el Citroen Diane azul del tío Manolo.
Bajaron todos, Primos, tíos, primas y la
gran fiesta comenzó.
Él me
enseño lo que significa Familia. Aquel día disfrutamos, jugamos, salio el sol,
todos estábamos contentos, había unidad familiar. Aquel día mi prima Rocío se
cayó al suelo y se araño sus rodillas, cojimos Jazmines, cortamos rosas, reímos,
comimos, y recuerdo que el Tío Andrés, se tomo el solo casi una caja de
Cervezas, jajajajjaja aun lo recuerdo, “sobrino tráeme la de tu padre que no se
la tomará”, Fuimos al bar Calabria, jugaron los hombres al dominó, las mujeres
quedaron en casa hablando de la familia, de las comidas, de los niños.
Corríamos
los niños por el gran patio, jugábamos al pillar, a saltar, a la tanga, a la
lima, a todo lo que podíamos jugar.
Aquella
tarde llegó una furgoneta de matricula extranjera, cargada de personas, una
wolsvagen alemana que había recorrido muchos kilómetros para traernos a más
primos, a mas familia a mis Tíos José y Enriqueta, mis padrinos.
La noche
cayó sobre nosotros, aun reíamos, jugábamos Keti, Andrea, Joselin… estaban
todos, todos.
Haciendo cálculos,
en aquella casa aquel día dormimos mucha gente. Más de 14 adultos, más de 30
niños, jajajjaajja recuerdo los colchones tirados por el suelo en aquel salón
grande y como revueltos dormimos hasta el amanecer. Recuerdo también como le conté
a Maria Luisa y a Maria José la historia de la cabeza de jabalí que teníamos
colgada en casa.
Ese día El
me enseño muchas lecciones. La importancia de la comida que con cariño había
hecho para todos, la importancia de dar sin pedir, la importancia de la
Familia.
Os quiero
a todos y a cada uno, aunque la vida no me haya dejado decíroslo como quería.
Os quiero.
Séquense
las lagrimas de mis ojos ahora, no por culpa de la cebolla, sino por el recuerdo de
aquellos momentos a los que hoy doy tanta importancia.
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