viernes, 15 de febrero de 2013


Aquella mañana, era yo más joven de cuerpo, que no de deseos, alma y espíritu.

Aquella mañana él tendría la edad que yo tengo ahora, yo era niño, él adulto.

Aquella mañana aprendí a darle importancia a hacer algo con tus manos, con los pensamientos en los demás, con tus deseos de dar, con tus esperanzas de ver caras de felicidad.

Aquella mañana, tan solo aprendí a cocinar algo para los demás.

Aquella mañana aprendí que cuando dedicas tu tiempo a personas que aprecian los actos que realizas, los esfuerzos, las gotas de sudor, los malos momentos vividos, el dolor y todo cuanto venga, no tiene importancia.

 

Aquel día, llovía sobre la calle de mi pueblo, pero él no ceso ni un momento, salio al huerto, se mojó, entro a la cocina, continuó con su ajetreo, se movía como si su cuerpo fuese al compás de una coreografía ya ensayada por cientos de veces, por días y días. Aquel día el me enseño a dar.

 

Era yo pequeño y me limitaba a pelar patatas, a mirarlo con cara de bobo. Lloro hoy al recordar aquel día, él me estaba enseñando una de las muchas lecciones que en la vida me enseñó casi sin quererlo hacer. Aquel día llore por la cebolla, hoy lloro al recordarlo.

 

Entro ella a la cocina, me miró y sin palabras me lo dijo todo. Yo me sonreí y continué pelando las cebollas. Se burló de él, diciéndole creo que necesita un poco mas de sal “eso que estas haciendo”, y sin probar nada me miró y volvió a salir por la puerta de la cocina. Solo había entrado a ver sus quesos frescos que aun estaban envueltos en el esterillo y sobre la tabla escurriendo suero.

 

Él me dijo con su voz que nunca podré olvidar –Seba trae de la despensa una garrafa de aceite-, aquel aceite que comíamos con tanto orgullo, pues era fruto de nuestros Olivos y recogido con las manos de todos, con nuestras manos. Añadió aceite, y después mirándome con su cara de Hombre-Niño, me dijo con un gesto de mímica, ahora nos toca fregar todo lo que ensuciamos, que después vendrá Doña y nos regañará, y juntos fregamos todo, el fregaba y yo secaba.

 

Después de aquello, llamamos a los hermanos, los despertamos, les hicimos el desayuno y los dejamos frente a la chimenea que ardía desde tempranas horas quemando esas raíces de olivo que días antes habíamos cortado a base de cuñas, maza y sudor. Él me guiño, yo le seguí y regresamos a la cocina, donde dimos vuelta a la comida, dimos un giro a los quesos frescos, entramos a la despensa, pesamos con la vieja romana las patatas, las cebollas, sacamos del gran arcón de madera tocino de la matanza, lo repartimos en bolsas iguales, esta vez pesado con el pequeño peso amarillo que no iba mas allá de 10 Kg. Todas las bolsas fueron iguales, pero después a cada una hecho algo más de cualquier cosa, salvo la de Mari Carmen y Manolo, aquella siempre llevaba mas de tocino, mas de patatas, mas de carne de ciervo. La de Antonia, siempre tenia que echar un poco más de cosas distintas, porque a Pepe le encantaba. La de Pepín y Simona tenía mas cosas y mas cariño, La de Andrés era siempre la más repleta. Siempre me pregunte porque pesábamos todo si después a cada uno le daba mas cosas, le echaba mas detalles, le ponía mas cariño.

 

Dieron las 11 y toda mi familia de Sevilla llegaron en sus coches, Aun recuerdo el R-8 del tito Andrés, el Renault rojo de tío Pepe, el Citroen Diane azul del tío Manolo.  Bajaron todos, Primos, tíos, primas y la gran fiesta comenzó.

 

Él me enseño lo que significa Familia. Aquel día disfrutamos, jugamos, salio el sol, todos estábamos contentos, había unidad familiar. Aquel día mi prima Rocío se cayó al suelo y se araño sus rodillas, cojimos Jazmines, cortamos rosas, reímos, comimos, y recuerdo que el Tío Andrés, se tomo el solo casi una caja de Cervezas, jajajajjaja aun lo recuerdo, “sobrino tráeme la de tu padre que no se la tomará”, Fuimos al bar Calabria, jugaron los hombres al dominó, las mujeres quedaron en casa hablando de la familia, de las comidas, de los niños.

Corríamos los niños por el gran patio, jugábamos al pillar, a saltar, a la tanga, a la lima, a todo lo que podíamos jugar.

Aquella tarde llegó una furgoneta de matricula extranjera, cargada de personas, una wolsvagen alemana que había recorrido muchos kilómetros para traernos a más primos, a mas familia a mis Tíos José y Enriqueta, mis padrinos.

La noche cayó sobre nosotros, aun reíamos, jugábamos Keti, Andrea, Joselin… estaban todos, todos.

Haciendo cálculos, en aquella casa aquel día dormimos mucha gente. Más de 14 adultos, más de 30 niños, jajajjaajja recuerdo los colchones tirados por el suelo en aquel salón grande y como revueltos dormimos hasta el amanecer. Recuerdo también como le conté a Maria Luisa y a Maria José la historia de la cabeza de jabalí que teníamos colgada en casa.

 

Ese día El me enseño muchas lecciones. La importancia de la comida que con cariño había hecho para todos, la importancia de dar sin pedir, la importancia de la Familia.

 

Os quiero a todos y a cada uno, aunque la vida no me haya dejado decíroslo como quería. Os quiero.

 

Séquense las lagrimas de mis ojos ahora, no por culpa de la cebolla, sino por el recuerdo de aquellos momentos a los que hoy doy tanta importancia.

 

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