domingo, 6 de noviembre de 2016

Aquella mañana al llegar al trabajo, Papá nos mandó a Paco Benzal y a mí que cogieramos  la furgoneta y fuéramos a recoger al perro que el día anterior habíamos dejado perdido en la montería. Nos dijo dónde podríamos encontrarlo y nos dio órdenes precisas de como debíamos  de realizarlo. Nos dio 1.000 pesetas para gas-oil y nos dio otras 1.000 más para que tomásemos café y algún refresco y para algún posible imprevisto.
Por aquellos días me encaminaba a los 17 años, pero aún faltaban 3 meses, por lo que tenía en realidad solo 16. Porque os cuento esto? Porque en aquella época, con esa edad ya se tenía responsabilidades y ya se trabajaba. Yo en concreto, ya tenía a mi cargo el salir de perrero en las monterías, como un extra los fines de semana, pues ente semana trabajaba aprendiendo la profesión con un gran jefe, con mi Padre.
Desde Rivero de Posadas, donde estábamos reparando su iglesia, Paco y yo tomamos la carretera para dirigirnos a Moratalla, donde tomamos café en el bar de la estación, Velázquez. El nos esperaba, pues el día anterior al regresar de la montería, habíamos estado allí parados, tomando un refresco y dejándole unos corazones y algún que otro trozo de carne, pues siempre que pasábamos de regreso de alguna montería de la zona, se lo dejábamos. La amistad de papá y Velázquez, venía de muchísimos años atrás. Tras tomar café, el nos dio una bolsa con unos refrescos de lata y dos bocadillos generosos en jamón, los cuales no habíamos pedido, pero que él había preparado pues ya ayer papá le había comentado que pasaríamos por la mañana.
Tras la parada, retomamos camino con dirección a hornachuelos, desde donde nos dirigimos por la carretera de las Navas a la finca de la Loma.
Tras más d una hora de camino, llegamos al cortijo, donde preguntamos al guarda de la finca si había regresado algún perro y el nos dijo que en los corrales de atrás, había uno pero que no era el nuestro, que era de Pepillo el Loco, el de Almodovar, pues Juan el guarda, conocía los collares y cencerras de algunos rehaleros, (término utilizado para los perreros de rehalas).
Después seguimos las instrucciones de papá y tomamos el camino del río, por donde la mañana de antes, habíamos ido a la suelta de perros. Una vez llegamos allí, los llamamos varias toque la caracola.  Entre intervalo de llamarlo y tocar la caracola, dejábamos unos minutos de absoluto silencio por si escuchábamos la cencerra de el.
Tras varios intentos sin resultado positivo, seguimos las instrucciones y tome mi zurrón donde metí la cantimplora de agua, unos mosquetones por si tenía que traerlo a reata por el cansancio y  los prismáticos y me puse el cinturón con el machete. Regalo de un teniente coronel, mi machete era la balleta de un fusil setmet.  Tras esto me colgué la caracola, y le dije a Paco que ya estaba preparado. Las instrucciones eran claras, Paco tomaría la furgoneta por el camino de la umbría hasta llegar al lugar donde el día de antes habíamos terminado, mientras yo, caminaría casi por los mismos pasos que el día anterior buscándolo. Si Paco llegaba y el perro estaba allí, tomaría el camino de arriba desde donde yo podría verlo y salir a su encuentro, si no , me esperaría allí.
Comencé a caminar, bordeando el monte espeso y por los pocos claros que había. Cada 100 mt, hacia una parada tocaba el caracol y gritaba varias veces, aún recuerdo que le decía "cartoneroooooooo, hop, hop, hop, ven aquí perrillo lindo, cartoneroooooooo" y tras esto, permanecía en absoluto silencio unos minutos. Solo se escuchaban los pajarillos y el trotar de algún que otro ciervo y ciervas, pero no su cencerro. Así camine casi tres kilómetros. A lo lejos veía la furgoneta, y distinguía a Paco junto a ella, tome los prismáticos y vi que tenía un perro de manchas negras, aquel sin duda, no era Cartonero. Mi perro era blanco puro y de talla alta, un podenco fuerte y elegante. Tras esto, volví a meter los prismáticos dentro de su funda, bebí un poco de agua y cerré el zurrón. Cuando me lo estaba colgando, escuche los ladridos de Cartonero, era él sin duda, conocía muy bien sus ladridos. También escuchaba unos graznidos muy raros y sabía que algo no estaba bien, así que lo llame y comencé a correr hacia arriba, hacia la cima de un pequeño monte, no más de 100 metros  me separaban de él, casi llegando y faltándome el aliento lo vi y entonces es cuando llegó mi verdadero problema. Mi blanco podenco, llamado Cartonero, tenía una pelea con cuatro grandes buitres que casi tenían comidas las tripas de dos ciervos y una cierva, quise ayudarle, pegando voces, cuando de repente, dos de los buitres, saltaron hacia mí con sus picos y garras amenazantes. Tuve que correr para que uno de ellos no me alcanzara, y recordé que papá me había contado, que los buitres con el estómago lleno, no vuelan, que solo saltan. Pero no veáis que saltos daban los condenados. Agitaba mis manos, les gritaba y ellos seguían tras de mí. Así los aleje unos 40 mt cuesta abajo, luego los rodee y volví a subir arriba, donde los otros dos, al verse en menor número, se habían alejado unos 10 mt y mi perro seguía ladrándoles para que se alejaran de los cuerpos sin vida de los ciervos. Al llegar Cartonero se vino hacia mí moviendo su cola en señal de alegría, me arrodillé y lo abrace, después le hable y le dije que me había dado un gran susto. Solté mi zurrón y saque la cantimplora, para verter agua en mi mano, donde el bebió una buena cantidad. Ahora nosotros teníamos la colina y los buitres estaban observando que hacíamos. Saque el machete del zurrón y un saco que siempre solíamos llevar en su interior. Corte cuatro jamones que estaban intactos y deje que Cartonero comiera cuanto quiso de los restos de los cuerpos.  Mientras el comía, corte el cuellote los dos ciervos para llevarme sus cuernas (de cómo lo transporte todo, también os puedo contar una historia). Me puse el zurrón a las espaldas, cuando los buitres de nuevo se acercaban, apenas estaban a 10 mt de mi, cargue el saco al hombro y lento me marché caminando. Los buitres se acercaban, casi estaban a  5metros de mi,  pero ellos estaban más interesados en los restos de los animales que en atacarme, así que me marche cuesta abajo con Cartonero abriéndome paso por una estrecha vereda entre jarales hasta llegar a la orilla del camino, donde deje el saco y me fui al encuentro de Paco, quien se alegró al verme y me contó que tenía otro perro de otra rehala.
Nos encaminamos al cortijo, parando a recoger la carne. Una vez en el cortijo, dejamos en perro que Paco recogió y nosotros recogimos el de Pepillo el Loco. De camino a casa, le conté a Paco todo lo ocurrido y él se reía a carcajada limpia. Sobre las dos de la tarde, llegamos a Rivero de Posadas, donde mi padre, nos esperaba. Le contamos todo lo acontecido y nos dijo que lleváramos el perro a Almodovar a casa de Pepillo y dejáramos el nuestro en la nave y así lo hicimos, dejando previamente la carne en casa.
A eso de las 3:30, regresamos a Rivero de Posadas, y papá ya tenía todo recogido y nos esperaba. Cándido, Manolo y Ramón, ya se habían marchado. Papá nos dijo que no nos bajáramos y que nos marchábamos a casa. Una vez en ella, mamá tenía un jamón preparado para Paco, que dijo que esa noche, sus leones (hijos), se pondrían agusto, es decir, que esa noche comerían carne del jamón. Luego se marchó dándole las gracias a mamá y papá, y recordando que a las 6:30 tomábamos café en el bar del "tortas".
Yo ayudé a papá a preparar las cabezas de los ciervos, en aquel cuarto donde tenía sus cosas de taxidermia. Mamá había dejado dos platos y un lebrillo para poner la carne y las lenguas.
Recuerdo que aquella noche, en casa cenamos normal, papá se hizo unos filetes en las brasas de la candela, con un bote de pisto casero. Mamá hizo dos tortillas de sesos de los ciervos, y los acompaño de unas patatas fritas y un poco de pisto.
Andrés, mi pequeño hermano, se había dormido en el sofá rojo y papá lo llevó a su cama. Pedro estaba sentado frente al fuego y yo ayudé a mamá a fregar los platos.
Papá le contaba a mamá que en esa semana terminábamos la obra de Rivero, y que después nos iríamos a la finca del Soto Rey a reparar unos canales. Ellos sentados en la mesa de la cocina. Pedro, mi hermano del medio, me dijo que si podía escuchar mi radio en la cama y yo me fui con él al dormitorio que compartíamos. Así nos quedamos dormidos. Entre cama y cama una mesilla de noche y un niño Jesus. La radio a los pies de esta y mi último cuerdo e aquel día, fue a papá y mamá que apagaron la luz y dijeron... Ellos duermen, vamos a la cama.

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